El Bien Esquivo |
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Fuente: La Republica del 20/08/2001
(Por Eliane Karp y Linda Lema) Se ha dicho que El Bien Esquivo de Augusto Tamayo podría ser una obra irrepetible del cine peruano. El crítico de cine Isaac León ha sostenido que Tamayo ha logrado una película sorprendente en el cine peruano y latinoamericano. Para los que tuvimos el privilegio de ver la obra El Bien Esquivo, nos queda el compromiso de analizar y reflexionar temas y problemas abordados en la cinta. Tamayo nos remite al pasado, al contexto histórico del coloniaje del Siglo XVII, haciéndonos percibir que, luego de 500 años, los problemas del indígena, del mestizo, la discriminación racial y la exclusión cultural y religiosa aún están pendientes. Nuestro interés no es relatar las dos historias paralelas que confluyen en la orfandad y la muerte. La historia de Jerónimo de Avila, mestizo, que busca su identidad de sangre, y la de la monja escritora, Inés de Carvajal, que busca su identidad de la escritura. Nos centramos en tres relatos que el Bien Esquivo aborda, los extirpadores de idolatrías en su intento de borrar la memoria colectiva a un potente pueblo y cultura inka; el problema de una nueva raza, los mestizos, sin identidad ni derechos y, la situación de la mujer religiosa, que por terror y miedo asume la fe, prohibiéndole la Iglesia todo compromiso con la creación intelectual. Primero, el Bien Esquivo transcurre en el Perú colonial de 1618. Momento en que las
autoridades españolas en su objetivo de terminar con la existencia dual de dos culturas
superpuestas, la indígena y la española, toman conciencia de la resistencia cultural de
los ìindiosî y emprenden las campañas de ìextirpación de idolatríasî a cargo de las
misiones eclesiásticas, con el fin de eliminar todo vestigio de los antiguos dioses
andinos e imponer un solo dios. Segundo, la colonia española impuso dos ordenamientos jurídicos, que determinaron dos
conjuntos diferenciados de individuos: indios y españoles. Dentro de esta dualidad, la
nueva raza de los mestizos no tenía cabida, no gozaron de beneficios y sufrieron todo
tipo de rechazos. La búsqueda de la identidad mestiza aún continúa. Persistentemente,
José María Arguedas diría que él era producto de esa raza, mitad indígena, mitad
occidental. Tercero, el caso de Inés Vargas de Carvajal expresa la situación de una joven monja cultivada que viste hábitos de claustro en contra de su voluntad. Inés, en el convento de las Cayetanas, expresa su rebeldía a través de la escritura de cuartillas poéticas. El extirpador de idolatrías la investiga y la interroga, busca espulgar su alma y quebrar su orgullo creador. Revisa los poemas de Inés, la interroga, le dice ìHas leído mucho... Aristóteles, Platón...î. Inés fue obligada a alejarse de las letras, enviada al destierro. Otra violación más. Finalmente, Jerónimo e Inés fugan sin alcanzar sus propósitos. Los inquisidores los alcanzan y los matan. Los frailes oran junto al cadáver de Páucar, clavan una cruz. Sobre las montañas resuena un trueno, el Inquisidor hecha agua bendita. El fraile Mateo pregunta ì¿Olvidarán?î. El inquisidor Ignacio responde ìCon el tiempo...î. Han transcurrido 500 años, los indígenas y mestizos de este país no han olvidado. Esperan una gran nación integrada por muchas naciones, como lo fuera la nación del Tawantinsuyo. Esta es la modernidad. El Bien Esquivo termina presentando a los altos nevados de los Andes, los Apus que tienen la última palabra, ellos se elevan cubriendo el horizonte. Advierten que ha llegado el tiempo del cambio. Rogamos a Augusto Tamayo lleve a efecto la segunda parte de El Bien Esquivo.
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