Autonomías quechua, aymara y amazónica dentro del estado peruano

....A lo largo de todo el siglo XX el tema de la descentralización fue un punto inevitable en cada campaña electoral. Desde la crítica planteada por los indigenistas entre 1900 y 1930, Lima, la capital del reino, fue vista como el ogro, como la enorme cabeza de un pequeño país, como el blanco de ataque de quienes amenazaban con una revolución. Don Luis E. Valcárcel anunció en 1928 la "Tempestad en los Andes" y advirtió que los indios sólo estaban a la espera de su Lenin.

Hoy, vuelve el problema sobre la escena política: Juan Manuel Guillén, el alcalde de Arequipa, al renunciar al cargo de presidente de la Comisión Nacional de Descentralización, dijo algo muy sensato: qué sentido tiene llamar a elecciones regionales si cada una de las llamadas regiones del país son costras de burocracia y corrupción y no responden ante las necesidades del país. Cuando Pedro Planas intentaba con enorme entusiasmo abordar un posible esquema para intentar resolver el problema de la descentralización, lo sorprendió la muerte en Ayacucho. ¡Qué lástima! No era un político clásico, con más buena voluntad que competencia, ni un intelectual distante de las tareas concretas de transformación de la realidad.

¿Qué sentido tiene considerar a un departamento como una región? ¿Para qué serviría garantizar la continuidad de las regiones ya existentes? Hasta ahora se ha avanzado en un punto preciso: que parte del poder y de la administración de los recursos sean transferidas a los municipios. Sí, de acuerdo, se trata de un paso adelante. ¿Por qué consolarnos con sólo el fortalecimiento de los municipios? Se trata de buscar otras opciones. El problema de fondo es determinar cuáles son las reformas profundas del Estado que pueden producir una descentralización efectiva del país. De la concentración del poder en pocas manos, que es el problema político estructural número 1 del país, debemos pasar a una socialización efectiva de ese poder. Una de las reformas fundamentales y urgentes del Estado es el reconocimiento político del carácter multicultural del Perú en el sentido preciso de una reforma constitucional que redistribuya el poder y tome en cuenta por primera vez a quienes siempre fueron considerados como invisibles o como menores de edad objeto de compasión. Me refiero a los pueblos quechua, aymara y amazónicos. Se requieren propuestas e ideas nuevas. La siguiente podría ser una: crear en el Perú las Autonomías quechua, aymara y amazónica como unidades de poder regional, con poder político (Cámara de representantes, gobernadores elegidos) y organismos independientes de desarrollo con recursos propios. No habrían mayores problemas si las capitales de esas tres Autonomías fuesen el Cusco, Puno, Iquitos o Pucallpa.

Una autonomía o región autónoma no sería un Estado dentro del Estado, como no lo es en ninguna de las 17 autonomías en el Estado español, y como tampoco es la provincia autónoma de los Inui en Canadá. En ambos países, las autonomías son parte de una gran reforma de los Estados.

Una de las novedades extraordinarias de los últimos 30 años es el papel de la cultura en la política. Las clases políticas que controlan el poder no pueden seguir excluyendo a los pueblos indígenas como lo han hecho desde que se formó en América el poder colonial de españoles, portugueses, ingleses, franceses y holandeses. Llegó el momento de aprender las lecciones y mirarnos con otros ojos. Este es el camino que va ensanchándose en Canadá, Ecuador, México y también en Bolivia. Es cierto que en el Perú los movimientos indígenas no tienen la misma envergadura que en los países que acabo de citar, pero lo que cuenta es el horizonte que va dibujándose. La política sigue las tendencias gruesas del continente mientras los espacios de los estados naciones cuentan menos, felizmente. ¿Qué novedad ofrece el gobierno del señor Toledo en materia de política y de culturas luego de haber usado para fines exclusivamente electorales las banderas y los símbolos étnicos? Hasta hoy día, ninguna

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