Comisión de la VERDAD
Comisión de la Verdad: Qué difícil es reconocer un error

Comisión de la Verdad: Qué difícil es reconocer un error

FuenteLa Republica del 13/10/2003
 
Por Rodrigo Montoya Rojas

En el informe de la Comisión de la Verdad los autores ponen el dedo en la llaga del Perú. Nuestro país, a medio hacer, aparece radiografiado y ecografiado. Por dentro, aparece una dolorosa muestra de sus miserias. Tiempos de vergüenza y de verdad. Unos peruanos, los senderistas y otros peruanos, oficiales y soldados de las fuerzas armadas, aparecen mostrando lo peor de sí: compitiendo para saber quién era peor que quién. El respeto de los derechos de las personas, bien gracias, ignorados por unos y por otros, arrinconados, pateados. Tiempos de vergüenza y de verdad, pero también de soberbia y de incapacidad para reconocerse en el espejo tal como se es. 

Con escasas excepciones -Javier Diez Canseco, por ejemplo- la clase política ha mostrado su pobreza y su vieja y redomada doble moral. Un hueco discurso sobre la democracia y una sólida práctica de totalitarismo y racismo. Ese 75% de víctimas que hablan quechua y otras lenguas amazónicas representa la plena presencia del pasado en el presente porque los llamados indios han sido siempre víctimas de la república y del imperio colonial. Mariátegui afirmó que el pecado original del Perú como país independiente fue haber nacido sin los indios y contra los indios. Esa frase sigue describiendo también el Perú de los últimos 20 años del siglo XX. 

¿Aceptar un error? ¿reconocer una falta? En un país en el que la democracia es un magnífico deseo y una endeble realidad, admitir un error y reconocerlo públicamente es una práctica desconocida. 

¡En privado sí, en público no!, como manda la hipocresía estructural que reina por estos pagos desde tiempos coloniales. 

(El reconocimiento público de un error por parte de Enrique Zileri, director de Caretas, sabe a excepción, a perfume de rosas. Si en el Perú hubiera un respeto por los otros, el gesto de Zileri no debiera llamar la atención). 

Tiempos de vergüenza y de verdad, pero también de soberbia. Retirados o no, los altos oficiales de las fuerzas armadas se creen santos y siguen convencidos de que mataron y torturaron por salvar al país y su democracia, y que, por eso, el Perú les debe gratitud. Siguen convencidos de que sus millares de "excesos" fueron sólo excepcionales y aislados. Para ellos el informe de la Comisión de la Verdad es "sesgado" e injusto. Su ceguera no puede ser mayor. 

Esta soberbia preocupa por una sencilla razón: si no hay reconocimiento de error alguno, su espíritu seguirá siendo el mismo y en cuanto tengan la primera oportunidad volverán a matar a otros peruanos en nombre del Perú, con la misma tranquilidad.

 

 

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